“Márchate, Federico. Déjame sola, quiero saber quién soy, lo necesito.” Fue lo último que escuchó Federico Mayol de boca de su esposa Julia, antes de su descenso hacia el vacío. Descenso, que con naturalidad le espera a un hombre de 77 años que consideraba firmes los cimientos de su vida, en cuya estructura aparentemente inquebrantable, vio abrirse una grieta tan amplia y profunda como para caer irreversiblemente y sin tener de dónde agarrarse. Enrique Vila-Matas hace de este suceso el boleto sin regreso para su protagonista en El Viaje Vertical, novela publicada en 1999, ganadora del premio Rómulo Gallegos y dedicada a su cónyuge Paula Massot (como todos sus libros).
«Acaecieron grandes terremotos e inundaciones y, en el breve espacio de una noche, la Atlántida se sumió en la tierra entreabierta.». Con este fragmento sustraído de La Atlántida de Platón, se adorna la puerta del capítulo 12: "La Atlántida". Desde el principio de la novela, este lugar enigmático se dibuja en el imaginario del lector con el trazo de Julián, el hijo pintor de Mayol. Este sujeto, aun pasando los 40 años, se comporta como una joven estrella del arte, que se debe por completo a sus creaciones y a sí mismo, hasta el punto de reducir a esto toda su sensibilidad y dejando muy poco de esta para su desesperado padre. De aquella vieja tierra sumergida en el agua, Julián cree provenir y por ello ser especial , al igual que Vila Matas, quien en una entrevista del 2019 dijo:
Desde niño , tengo la impresión de provenir de la Atlántida. Me explico: salí de pesca con mis familiares cuando tenía tres años y algo ocurrió. Me provocó espanto el descubrimiento de la muerte o asfixia de los peces, y me dio la impresión de que yo venía de un mundo subterráneo que era la Atlántida, y esto ha permanecido hasta ahora. Trataba de averiguar por qué me había provocado este espanto la muerte de los peces, ya que pasé a no poder ver un pez muerto en la cocina de la casa de mi abuela, en donde tenía que comer, lo recuerdo, de espaldas a una naturaleza muerta en la que había un pescado sin vida (…) con gran júbilo y diversión de toda la familia porque yo había salido, como nieto mayor, especial. No podía ver un pez muerto. De hecho, prácticamente me desmayaba al verlo. Y eso sigue ocurriendo. No he comido nunca una sardina, por ejemplo.
Por cierto, Julián también se desmaya por ver un pez muerto. Resulta enigmático ver como el escritor construye un nuevo rompecabezas con piezas de su propia vida y crea a Julián, quien, como viviendo en un perpetuo puerto metafísico en donde se distorsiona la realidad, lanza juicios agudos hacia su padre: “Tú no tienes cultura”, se atreve a decirle al hombre cuya mayor frustración es no tener cultura, haber sido víctima a sus 14 años de las inclementes garras de la guerra que lo arrancaron de su sueño de poder estudiar y prepararse profesionalmente.
Federico Mayol siente ajenos a Julián, a quien fue su mujer, y al resto de su familia, y es así como ellos, lejos de ser una mano a la que se pudiera aferrar para evitar la caída , precipitan su descenso. Mayol decide viajar, primero a lo conocido, tratando de seguir consejos de tertulia, pero luego a donde se le antoja, siempre hacia el sur, como atraído por la fuerza de la gravedad. Cambiar de lugar geográfico para un hombre que se ha visto obligado a cambiar de lugar también en su interior, implica una mudanza absoluta. “Quiero saber quien soy”, le dijo Julia, tal vez sin pensar que en medio de toda esa incertidumbre interna y externa a la que se enfrentaría Federico Mayol, él también emprendería esa búsqueda.
Sin duda, esa no es una empresa fácil a los 77 años. Biológicamente, el cuerpo se llena de achaques y limitaciones. Socialmente, esta es una etapa humana que además de no ser productiva, tiende a significar el resultado de la suma de todos los años anteriores, un producto que no varía, que ya no puede ascender ni hundirse, que es lo que es, no espera más que su muerte, y mucho menos suele aspirar a una introspección con miras al cuestionamiento sobre su ser. Pero, ¿Acaso rige una norma que dicte que un ser humano debe saber quién es antes de determinada edad? Puede que, además, la búsqueda de sí mismo nunca llegue a su cúspide (¿o a su fondo?), y que ese sea un viaje que no todos emprendan.
La novela abriga en sus páginas a varios personajes, a los cuales, al igual que a Mayol, se les comienza a colapsar la superficie que solía sostenerlos. Pero no todos saben caer. Mayol, aún a su edad, aprende a hundirse, hace de esto “una peregrinación al fondo de si mismo”. Seguramente lo ayudó el emigrar lejos de lo que era su hogar, estar en lugares donde se encontró realmente solo, “percibir las cosas con menor sentido del detalle aunque con una mejor perspectiva del paisaje”. Tal vez solo la estrechez cálida de Isla de Madeira podía brindar a este hombre las condiciones atmosféricas necesarias, o ese quien sabe qué que tanto varia de individuo en individuo, para poder recordar que cuando las cosas no pueden estar peor, mejoran, para reconciliarse con la Atlántida de Julián. Para encontrarse con su propia Atlántida y hundirse en ella, cada día más.