UN ALMA EN MOVIMIENTO
Por: Nicolás Ibáñez
“El escritor de hoy, dicen, no debe ocuparse en modo alguno en los asuntos temporales; tampoco debe alinear palabras sin significado ni buscar únicamente la belleza de las frases y las imágenes: su función consiste en entregar mensajes a los lectores. ¿Qué es, pues, un mensaje? [...] El mensaje es, en fin de cuentas, un alma hecha objeto. Un alma…” Jean-Paul Sartre - ¿Qué es la literatura?
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Portada de Sostiene Pereira - Editorial Anagrama |
Un alma.
Hablar de Sostiene Pereira, contrario a los que creen que se habla con mayor facilidad sobre lo que más nos apasiona, es, al menos para mí, un esfuerzo mayor. Llevo un tiempo cargando esta novela bajo el brazo por donde quiera que vaya. La leí por primera vez prestada de una biblioteca pública; luego la pesqué en un almacén de libros de segunda y la volví a leer esta vez impulsado a escribir una versión para teatro; más tarde la leí de nuevo en un viaje de fin de semana; ahora, por cuarta vez, la leo en la cuarentena y estoy seguro, si la muerte no me llega pronto, de querer volver a ella una y otra vez. Hay novelas que se convierten en amigos a los que siempre es grato frecuentar, esta es una de ellas.
La novela de Tabucchi es la historia de un alma en movimiento. Alma entendida, claro, a la manera de Sartre, como un sujeto al que se lo contempla a una distancia respetuosa y que tiene algo para decirnos de nuestro tiempo, de nuestro espacio, de nuestra época. ¿Podría decirse, en este sentido, que Sostiene Pereira es una novela comprometida? Ya lo veremos. Por ahora centrémonos en la figura del narrador, punto máximo de la novela, desde donde Tabucchi nos presenta a su personaje. El narrador juega un papel preponderante en esta novela, sobresale en cada página como un testigo directo al que suponemos que Pereira le ha contado todo, o casi todo. Pereira, en efecto, es contemplado por el narrador y por nosotros, los lectores, desde una distancia respetuosa, pero además el artificio literario involucra al lector en una especie de confidencia, en una confesión íntima al recordarle permanentemente que la historia ha sido ya narrada y sostenida por Pereira y que nada, válgame la expresión, es salido enteramente de su costal. Este efecto produce por un lado una sensación de verosimilitud del relato, pero también nos insinúa una relación estrecha entre el narrador y el personaje, una cierta simpatía de complicidad y afecto. Pero hay algo más y es la utilización del verbo sostener, que deja entrever una manifestación de defensa de la propia historia, “Sostiene Pereira que…”, distanciando al narrador de la historia y poniendo como eje central el relato del protagonista. Vayamos a la novela.
Pereira es periodista, conocido sobre todo como antiguo escritor de crónicas, y dirige ahora la página cultural de un incipiente periódico de Lisboa, el Lisboa. Nos encontramos en 1938, en una Europa convulsa por los fanatismos, los totalitarismos y la guerra. Un día, Pereira, católico sin creer en la resurrección de la carne, lee una tesis universitaria que trata el tema de la muerte, y tal vez porque ha venido él mismo pensando en la muerte, decide contactarse con el joven escritor para que le ayude con la publicación semanal de la página cultural. El joven se llama Monteiro Rossi, acaba recibirse en filosofía y tal vez por esto y porque no tiene dinero acepta escribir las necrológicas que Pereira le pide como colaboración. Sin embargo las necrológicas que escribe Rossi son impublicables, tratan siempre temas políticos y, como sabemos, el Lisboa es un periódico independiente y no le gusta meterse en estos temas. Pese a esto, Pereira, tal vez porque no tiene hijos y porque su esposa murió hace algunos años, decide seguir pagando de su bolsillo los artículos y ayudando a Rossi. De a poco nos damos cuenta de que Rossi, influido por su novia Marta, anda metido en política, ayudando a los republicanos españoles que luchan en la guerra civil, mejor dicho, anda metido en problemas. Recordemos que la Portugal de entonces coqueteaba, con Salazar como patriarca, con el fascismo. Pereira es viejo, solitario, se interesa por la literatura y la cultura, pero a partir del momento en que conoce a esta pareja de muchachos se le empiezan a tambalear sus ideales, todo lo que daba por inamovible ahora lo encuentra voluble. Entonces, gordo como es, suda, se alimenta mal y se agrava su enfermedad del corazón. Por otro lado, Monteiro Rossi y Marta continúan trabajando para los republicanos reclutando gente en el Alentejo y Pereira, enterado de todo, continúa ayudándolos en secreto.
Un día, sin embargo, Pereira decide tomarse un descanso y se interna en una clínica telasoterápica que le recomienda su doctor de cabecera. Allí conoce al doctor Cardoso y se adentra los métodos telasoterápicos, poco ortodoxos, de sanación. Aquí está la tesis fundamental de la novela, cuando el doctor Cardoso, después de una larga conversación sobre psicología y dietética, le confiere a Pereira la teoría de la confederación de las almas. De nuevo el alma. La teoría considera que el ser humano, contrario a la creencia de la religión católica, no está regido por un alma única e indivisible, sino que está conformado por varias almas que se pelean por la predominancia del yo hegemónico, pero que este yo hegemónico puede cambiar a partir de ciertos eventos. Cardoso ha escuchado toda la historia de Pereira y a partir de su teoría lo invita a dejar salir ese nuevo yo hegemónico que anda latiendo fuerte y a que se deje de tantas limonadas repletas de azúcar que tan mal le hacen. La idea termina de calar en Pereira una vez regresa de la clínica y encuentra una Lisboa cada vez más instalada en el fascismo, apoyado incluso por algunos sectores de la iglesia católica.
A partir de este momento todo se empieza a complicar. El director de su periódico lo incita a que publique sobre temas nacionalistas y abandone la idea de traducir cuentos franceses que están tan alejados de la cultura portuguesa como era costumbre en él. La portera de su oficina, espía del régimen, empieza a ojear sus cartas y a recibir sus llamadas. El ambiente es de tensa calma y las noticias que llegan desde Londres no son las más alentadoras. En esto vuelve Monteiro Rossi del Alentejo, cada vez con más problemas encima, lo vienen persiguiendo y se refugia en casa de Pereira. Pereira, tal vez porque el muchacho es joven y se le parece, tal vez viéndolo como el hijo que nunca pudo tener, lo esconde. Pero cometen un error o una serie de errores, hacen una llamada a Marta que ella devuelve a la oficina preguntando por su novio y la policía se entera de que Rossi está en casa de Pereira. Esa misma noche, después de una cena de lo más amable que Pereira ha preparado para Rossi, tocan a la puerta. Es la policía, una policía de civil, paramilitares, guardia civil o como quiera que se llame; preguntan por Rossi, ultrajan a Pereira y terminan por matar al muchacho tratando de sacarle información. Pereira entonces deja salir su nuevo yo hegemónico e idea un plan. Escribe un artículo contándolo todo, la manera en que esta policía ultraja a sus conciudadanos y expone minuciosamente la represión que se vive en Portugal. Para que el artículo pueda pasar la censura se alía con Cardoso, el doctor de la clínica, quien se hace pasar por un viejo amigo de Pereira que trabaja en la censura y convence al impresor de que el artículo es limpio, que la prensa portuguesa también lo es y el artículo se publica. Acto seguido Pareira huye a su tan querida Francia, donde podrá hablar sin miedo.
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Antonio Tabucchi |
A través de todo el relato, Pereira habla con el retrato de su mujer y le cuenta paso a paso su transformación. Es de las primeras imágenes que vemos en la novela y también la última, cuando decide empacar el retrato en la maleta que se llevará al exilio. En muy pocas páginas tenemos todo un contexto histórico y la historia de una decisión, de un cambio. Esta transformación del personaje central es la que a mi modo de ver es comprometida, porque expone un embotamiento del mundo intelectual de la época frente a la historia reciente, porque de fondo reposa la idea de un intelectual perezoso, de vacaciones, que prefiere ver para otro lado o establecerse cómodamente con las épocas imperantes. He aquí que Tabucchi nos enseña que una persona puede cambiar, que el alma no es única e indivisible y que, a pesar de los años que se tengan, nunca es preciso fijar raíces tan profundas en ninguna parte. La movilización es tanto física, el exilio, como psíquica e ideológica. El mensaje de la novela del que habla Sartre, más allá de la evidencia periodística de cómo funcionaba el régimen, es una invitación a estar atento, a no fijarse en un statu quo propio inamovible, sino a siempre tener la posibilidad de abrirle puertas a nuevos yo hegemónicos. Pero para eso es necesario despertar.
Y la idea sigue más viva que nunca porque en estos tiempos el debate, sea el que sea, se nos divide tajantemente entre dos polos opuestos. No más es necesario entrar a Twitter o revisar cualquier campaña política del mundo, y no vayamos tan lejos, no hace falta sino conversar con otra persona sobre cualquier tema sensible para darnos cuenta de que “tener una posición” está de moda y que por el contrario cambiarla o analizar la parte contraria es muestra de debilidad, de traición. El sincretismo ideológico queda fuera de toda comprensión, de toda chance y el que lo aplica puede tildarse de tibio. La tibieza, para mí, es anclarse en un extremo, dejarse estar cómodo en él y desde esa trinchera disparar sin remedio al bando contrario. Al estar en épocas tan parecidas a las del contexto de la novela, no estaría nada mal leer a Tabucchi y reconsiderar nuestra confederación de las almas.
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