Por Juan Francisco Florido Arteaga ·
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Portada: Editorial Siruela · |
La idea de leer un libro en parte compuesto por historias inconclusas me resultaba fascinante. Lo primero que sentí fue algo de alegría al saber que un autor era capaz de plasmar ese vicio que muchos compartimos y que no siempre decimos en un libro no tan extenso. Evidentemente la causa de los textos inconclusos va más allá de la pereza del autor, pero con el pasar de las páginas fui descubriendo que este libro no solamente se refiere a mí como lector en segunda persona y que tampoco me expone a mí como lector en la totalidad de mis “virtudes y vicios” sino que le habla a cualquier ser humano que tenga el hábito o la curiosidad de la lectura. (Antes de seguir, quiero confesar que mientras escribo esto, me faltan dos capítulos del libro, pero me comprometo ante todos los lectores como yo a finalizarlo, antes de comenzar a escribir el siguiente párrafo. Muy posiblemente haya detenido la lectura para no perder la idea que estoy escribiendo y que se me ocurrió mientras me acercaba al final. Dicho esto, continúo con la idea anterior.) “Si una noche de invierno un viajero” expone desde el principio la idea de ser un lector cualquiera, desde el momento en el que compramos un libro de un autor que nos gusta o desconocemos, hasta el momento de encontrar la posición, hora, día, momento y punto del sol adecuados para comenzar a leer, cosa que no es un asunto menor, mucho menos cuando se es miope (como en mi caso). Y no solo eso. Además de buscar que el lector se reconozca plena o parcialmente entre muchos tipos de lectores existentes, no le falta el humor para hablar de los mismos y para satirizar totalmente los procesos de producción, edición, venta y análisis académico de los libros en cuanto a objetos y en cuanto a sus contenidos.
Si el lector todavía sigue interesado, puede confiar que cumplí con la promesa hecha en el anterior párrafo. Al momento de escribir el presente, puedo decir con toda seguridad que finalicé los capítulos que aún tenía pendientes y confirmé la idea que tenía antes. Se trata de una novela experimental en la que el contexto de “multiplicidad” expuesto por el mismo autor en sus Seis propuestas para el próximo milenio resulta determinante. Cada lector nuevo, con sus vicios y sus defectos, vive una experiencia individual y diferente a la de cualquier otro. Cada relectura, determinada por un contexto nuevo y un mayor aprendizaje acumulado, generan en el lector una experiencia diferente con respecto a la primera y a su vez, un nuevo punto de vista o interpretación. Cada experiencia nueva de lectura es un potencial libro nuevo que se extiende más allá del objeto tangible. El concepto de multiplicidad no se limita a las posibilidades que cada lector concibe en cada lectura. Al tratarse de una experimentación sobre la forma, la novela de Calvino es múltiple en autores. Las diez historias inconclusas corresponden a un estilo determinado y por ende a un tipo de autor distinto, pero no se limita a las novelas inconclusas. También está el hilo conductor del lector que investiga que a su vez expone al traductor, al falsificador y al censor como nuevos tipos de autores posibles, a Flannery como autor de sus propias memorias, a los autores apócrifos y anónimos e incluso a Calvino mismo como autor de la totalidad del libro y al mismo tiempo, como lector.
Tantas historias cruzadas, tantas versiones inconsistentes de la misma investigación y tantos posibles títulos y autores apócrifos llevan a cuestionar el posible pacto de verosimilitud del lector con el texto en sus manos y sin embargo, el lector no se detiene. Aun cuando la autoría y la “autenticidad” de la historia son cuestionadas, lo verdaderamente importante es el acto de leer, de investigar y de encontrar nuevas historias incompletas. La lectura se vuelve entonces un ejercicio activo desde lo mental y lo físico distinto a la espera y el pacto cambia. La necesidad de “autenticidad” termina pasando a un segundo plano y sin embargo, se conserva. La cuestión de la verdadera identidad del autor que siempre está puesta en duda, nunca entrará en conflicto con la identidad del texto. El texto, su “autenticidad” y su identidad son reales por el hecho de estar escritas en el papel, de la misma forma que, parafraseando a Calvino, la poca información verídica que se tiene de Homero no ha impedido que La Iliada y La Odisea sean apreciadas y tampoco se le ha quitado el mérito a Gilgamesh de ser el primer poema épico, a pesar de no conocerse quién es el autor.
Los diez inicios de novela no son solamente manifestaciones de diez estilos distintos. Cada estilo dentro de las historias iniciales puede ser interpretado como un manual de escritura, casi que a modo de guía. Si bien no es explícito en todos, estos inicios de novela indican detalles importantes como el manejo de los simbolismos, la construcción de los espacios, el manejo del suspenso, la posibilidad de generar sensaciones en el lector, la multiplicidad de líneas narrativas dentro de una misma historia, cómo construir un personaje desde lo físico, etc. Cada inicio se puede tomar como modelo o ejercicio de escritura en un aspecto determinado, a pesar de su condición de fragmento inconcluso. La novela de Calvino recuerda mucho a los laberintos de Borges y a sus jardines de senderos que se bifurcan. Se podría llegar a decir que la manifestación de lo inconcluso da lugar a posibilidades infinitas. La capacidad de imaginar de cada lector a partir de lo inconcluso se puede multiplicar por un enorme número de lectores. Lo inconcluso es así antesala de lo infinito. No es casualidad que desde su prólogo, Calvino haya planteado la estructura de las diez historias como un círculo que se reinicia a partir de preguntas que él mismo le hace a las novelas. La condición fragmentaria de los textos también se manifiesta en los títulos. Aunque estos se puedan unir entre sí para formar una frase, el resultado final es una pregunta y por lo tanto, otra invitación a imaginar lo desconocido a partir de la falta de una certeza.
El libro es la posibilidad de observar de frente al infinito. El aleph de Borges es el libro en cada una de sus lecturas y su verdadero poder es acercarnos al infinito. Calvino afirma que el sentido último de cada relato tiene dos caras: la continuidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. ¿No es acaso la noción de la muerte nuestra confrontación como seres perecederos con lo infinito? Las historias nos muestran que más allá de su conclusión, nuestra vida sigue. Y aunque no siga, el mundo no dejará de moverse. Incluso más allá de nuestra muerte. La noción de lo desconocido es un abismo negro y profundo del cual no vemos el fondo y por lo tanto, no podemos limitarlo. La novela de Calvino invita a una confrontación con lo desconocido a través de un ejercicio que todos estamos en condiciones de desarrollar: la lectura. Nuestra única forma para aproximarnos y experimentar el abismo de lo infinito es la lectura. Leer es la mejor forma que tenemos de rozar el infinito y esa es la invitación que Calvino y sus múltiples alteregos nos hacen en Si una noche de invierno un viajero.