El Atravesado, este gran monólogo de un adolescente solitario, se sitúa en Cali de los años 60'. Su protagonista parece tener un don natural para pelear. Pelea porque afirma no tenerle miedo a nada, porque está dispuesto a probar lo macho que es ante cualquiera y también porque no encuentra otra manera de encarar una ciudad adversa y desigual. No pasa mucho tiempo antes de que este joven termine involucrado con "las galladas", una especie de pandillas o de tribus de la ciudad. Al igual que cualquier pandilla, las galladas se enfrentaban por control territorial y por dejar en alto su nombre. Sin embargo, tenían una característica que solo parece posible bajo el cielo caleño: eran tan buenos bailarines como peleadores y veían cuanta película se les atravesaba.
Que se pongan de este lado a los que les gusta más la pelea, y de este otro a los que les gusta más el cine.
Andrés Caicedo es recordado no solo como un talentoso y precoz escritor, sino también como un cinéfilo empedernido. Su Ojo al cine se lee casi tanto como sus novelas y cuentos. En el caso de El Atravesado, sucede que el personaje principal también es un adepto al séptimo arte. Sus constantes referencias a películas de violencia y pandillas hacen que nos preguntemos sobre el origen del mal social que se relata en la historia. Podríamos llegar a pensar que los jóvenes de la historia solo replican lo que ven en la pantalla grande, y que ahí está la fuente de tanta violencia y subversión. Sin embargo, si nos quedamos solo con eso, estaríamos cegándonos ante algo que el mismo Caicedo pone ante nuestros ojos. Estos jóvenes caleños no necesitaban meterse a un cine para encarar la violencia, esta venía rondando sus vidas desde antes de nacer. A medida que avanza la historia, descubrimos que la fuerza bruta no es tal, sino que está íntimamente ligada a un contexto de violencia partidista, sicariato, limpieza social, lucha de clases y represión. Desde la visión de este joven atravesado, Caicedo expone un panorama de la violencia colombiana de mediados de siglo. Este aspecto, sumado a la riqueza estilística de el relato, es otra muestra de la complejidad que alcanzó este escritor caleño a pesar de su temprano suicidio.
El Atravesado no es un hombre de muchas amistades. Lo único que podría ser un polo a tierra para su ímpetu es el amor. Aunque su amor idílico, María del Mar, consigue alejar su mente de los "totes", no está excento de la barrera del clasismo que ningún Rayito de luna logra penetrar. Su único amor real termina siendo el de su madre, único refugio y fortaleza. Este amor maternal va de la mano con la búsqueda de la afirmación de la vida sobre la muerte. Los jóvenes de las galladas dándose "totes" buscan darse un lugar, buscan una manera de afirmarse en una sociedad que les ha cerrado todas las puertas. A eso se dirige también el siguiente cuento, Maternidad, que leímos como complemento de El Atravesado.
A primera vista, Maternindad es un texto sumamente machista, sobre un joven que utiliza a una chica para que le de un hijo. En primera instancia, su estilo no deja entrever un tratamiento crítico del tema, más no por eso deberíamos asumir que no lo tiene. Sin duda es un texto arriesgado, que suprime toda la sensibilidad del rol maternal femenino y quizá devela un hecho que nuestra tradición preferiría omitir: la reproducción no es un hecho sagrado y familiar, sino una afirmación de vida, una pulsión por existir que nace ante los tiempos más difíciles.
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