La primera impresión que genera el texto de Bolaño es de una sensación de total desasosiego. Desde el título del libro, pasando por un epígrafe de Artaud en el que se califica la escritura como un oficio de cerdos y más específicamente una marranada, hasta el capítulo número 1 que arranca con la muerte repentina de dos personajes que dejan huérfanos a los protagonistas. Ni siquiera la dedicatoria a los hijos del autor disminuye esta sensación, pues es inevitable relacionarlos con los dos protagonistas abandonados y sin futuro. Todos estos elementos, sumados a un estilo crudo y también sumado a caracterización de dos hermanos abandonados del resto de su familia generan esta sensación, además de un desdén del autor hacia la obra, similar al que puede tener Bianca hacia el futuro o la vida misma.
La Roma de Bolaño está lejos de ser la Roma barroca y clásica que se muestra a los turistas. Si bien se mencionan plazas, calles, estaciones de metro, etc., se trata de la Roma de los barrios residenciales de clase media, de las pequeñas peluquerías y de los videoclubs atendidos por inmigrantes. El desarraigo es un rasgo común a todos los personajes de esta Roma indiferente. Además de los protagonistas abandonados a su suerte y Maciste, viejo, solitario, ciego y decadente, los dos personajes que siguen al hermano de Bianca y se instalan en la casa de ambos, están desprovistos de cualquier rasgo de identidad. Tienen proveniencia pero no tienen nombre, no tienen papeles, se confunden entre sí, para Bianca no tienen rostro y a veces ni siquiera dejan rastros de suciedad. No tienen identidad, pero su presencia deteriora todo lo que tocan. El entusiasmo del hermano por su idea del ejercicio (que más que una pasión parece una táctica para evadir la tristeza) termina en un decaimiento físico y emocional, mientras que Bianca termina por involucrarlos a su vida sin cuestionárselo mucho.
La Roma de Bolaño está lejos de ser la Roma barroca y clásica que se muestra a los turistas. Si bien se mencionan plazas, calles, estaciones de metro, etc., se trata de la Roma de los barrios residenciales de clase media, de las pequeñas peluquerías y de los videoclubs atendidos por inmigrantes. El desarraigo es un rasgo común a todos los personajes de esta Roma indiferente. Además de los protagonistas abandonados a su suerte y Maciste, viejo, solitario, ciego y decadente, los dos personajes que siguen al hermano de Bianca y se instalan en la casa de ambos, están desprovistos de cualquier rasgo de identidad. Tienen proveniencia pero no tienen nombre, no tienen papeles, se confunden entre sí, para Bianca no tienen rostro y a veces ni siquiera dejan rastros de suciedad. No tienen identidad, pero su presencia deteriora todo lo que tocan. El entusiasmo del hermano por su idea del ejercicio (que más que una pasión parece una táctica para evadir la tristeza) termina en un decaimiento físico y emocional, mientras que Bianca termina por involucrarlos a su vida sin cuestionárselo mucho.
Ambos personajes son quienes la incitarán a “iniciar su vida criminal con Maciste”: una antigua estrella de cine, decadente y condenada al olvido como los videoclubs romanos en los que Bianca y su hermano rentaban porno. El espacio que habita Maciste es enorme y lleno de sombras, en contraste con la luz cegadora permanente con la que Bianca observa todo a su alrededor. La laberíntica y deshabitada casa de Maciste se vuelve el lugar seguro de Bianca, en contraste con su pequeño piso, saturado con la presencia de los dos individuos y de su hermano. Por un momento, este lugar se vuelve su refugio seguro. Incluso ella misma llega a pensar que está enamorada.
No obstante, hay un tema que es ajeno a toda visión nihilista y decadente que atraviesa todo el libro: la relación de ambos hermanos. Desde el inicio, Bianca, narradora de la novela, está totalmente abandonada a su suerte, sin que esto le importe tampoco demasiado. Ella misma se describe como una mujer promedio en inteligencia y belleza, sin ningún interés o esperanza en el futuro. Si acaso, su mayor afán es trabajar para pagar deudas. No obstante, el único lazo que conserva a lo largo de la novela es el que tiene con su hermano. De resto, ella lo abandona todo. Es cierto que no es una relación atravesada por el afecto (de hecho no existe el afecto de ningún tipo en la novela) pero los poquísimos intereses de Bianca, como por ejemplo el gusto por los videoclubs, son compartidos con su hermano. Las relaciones fraternales, en muchos casos, no tienen que estar permeadas por muestras de cariño. De hecho, suelen estar basadas en la rivalidad, como se puede ver en muchos ejemplos dentro de la literatura. Sin ir más lejos, Rómulo y Remo, presuntos fundadores de la ciudad en la que todo ocurre, terminan por matarse a sí mismos. Este no es el caso de la novela de Bolaño. Al asumir la muerte de los padres, el abandono estatal y el desprecio de sus demás familiares, ambos personajes quedan casi en el ostracismo, pero lo único que conservan es el lazo entre ambos. La palabra “lumpen” implica una falta de conciencia de clase, lo cual hace parte del desarraigo y la falta de identidad de los mismos, pero lo único a lo que no renuncian es al lazo de hermandad: tal vez la única posesión que aún les queda y que consolidarán al final de la novela.
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