Hombre no particular

Hombre no particular
Sobre Bartleby, el escribiente

Por: Nicolás Ibáñez
“I would prefer not to”




Hablamos de Bartleby, el escribiente, la novela de Herman Melville. En ella, el personaje protagonista, Bartleby, utiliza una de las fórmulas que más interpretaciones ha suscitado la historia de la literatura. Se trata de una máxima, de una frase de singular gramática que se ha convertido así mismo en baluarte de una numerosa casta de hombres que se dicen herederos de este personaje y que ha ocupado a filósofos, literatos y psicólogos. Tienen en común todos ellos una tendencia preferente e irrefrenable hacia la inmovilidad, una especie de pulsión negativa por la vida. 

La frase la dice el personaje por primera vez cuando, después de ser contratado, se le pide que abandone su trabajo de escribidor y ayude a verificar unos documentos. “Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó: —Preferiría no hacerlo.” Preferiría no hacerlo, dice a modo de sentencia sin posibilidad de réplica. A partir de ese momento y durante toda la novela la frase se convierte para Bartleby en una fórmula, en un mecanismo de defensa, en una resistencia frente a la vida que lo ubica en un espacio de extraordinaria quietud. Una resistencia pacífica, podríamos decir, porque incluso en su negativa, Bartleby es impasible. Ha sabido escoger muy bien las palabras para no dejar margen a la represalia. No dice, por ejemplo, no quiero hacerlo, o no lo haré; dice en cambio que preferiría no hacerlo; es decir, que entre todas las opciones que hay, su elección es hacia la negativa. La frase presupone una libertad de elección y por lo tanto una reflexión previa que devenga en esa determinación. No hay índice de capricho en él, al menos en lo que refiere al lenguaje. Todo ha sido premeditado. 

Por otra parte, en Bartleby tampoco hay ningún tipo de deseo o de voluntad. Esto es principalmente lo que más nos inquieta del personaje, esa renuncia vital, su absoluta abdicación. En general, salvo contadas excepciones, los personajes de la literatura son movidos por sus propias ambiciones, motivados por unos objetivos que los empujan hacia la acción. En Bartleby sucede todo lo contrario. Una vez ha proferido su sentencia y ha tomado la decisión de preferir no hacer nada, la acción en el personaje desaparece por completo, Bartleby renuncia a todo. Donde todos dicen sí, él prefiere decir no. 


Se nos plantea aquí el tema fundamental de la voluntad. Schopenhauer es quizás el filósofo que más esfuerzos le ha dedicado a este tema. Para él, el mundo y todo lo que lo constituye depende de una gran Universal Voluntad de vivir, que a su vez es inherente a cualquier individuo viviente. La vida y la evolución es prueba contundente de esta verdad. En palabras suyas: “...no somos nosotros quienes queremos; en nosotros quiere esa Universal Voluntad de vivir, que actúa inexorable y violenta, y en cuyo servicio nuestra inteligencia inventa los mil objetivos que deben llenar la existencia en cada momento...” Para Schopenhauer esta voluntad no puede no darse, está presente en todos y cada uno. 


La figura de Bartleby parece contrariar este postulado y se afilia más a su anverso, el de Nolutas, es decir el de la negación de esta voluntad fundamental. Para Schopenhauer esta oposición constituye a su vez una especie de renuncia a la condición de ser humano como un camino para la liberación del sujeto. Visto desde otra óptica, esta renuncia a la voluntad implica una desintegración del ego, que al verse emancipado sus pasiones, se libera y libera al sujeto que lo posee. Esto es en cierta medida lo que sucede con Bartleby. Él no quiere nada, pero está tranquilo, no está ya sujeto de sí mismo. Son los otros personajes a los que les perturba esta actitud. Es el jefe, que hace las veces de narrador, el que se siente extrañado, molesto, extraviado con Bartleby. Somos nosotros, los lectores, los que nos incomodamos con su renuncia. Él no, él permanece firme y liberado de todo deseo, de toda voluntad. 



Otra interpretación no menos interesante de la novela subyace en la idea de la completa imposibilidad de acceder al otro. Cada uno es una isla. Si bien creemos conocer a Bartleby, no sabemos sino lo que de él nos cuenta el narrador-testigo que es el jefe que lo contrata. Incluso el mismo narrador nos confirma que de Bartleby sólo es posible sacar suposiciones, conjeturar alrededor de su presencia. Nadie puede entender realmente lo que quiere o no quiere el personaje, y el eterno vacío de su mirada perdida en la pared lo terminamos rellenando nosotros con interpretaciones como esta que estoy haciendo en este momento. Por eso este personaje ha dado para tanto, porque siempre termina por escurrirse en las manos del lector, se esfuma en el aire, en esa nada de la que él hace parte y a la que tanto le tememos. Por eso, por su permanente contradicción revolucionaria, tras sus huellas han ido otros grandes escritores, Kafka, Musil, Beckett, Walser, escritores de la negativa, de la preferencia al no, al olvido o a la nada.

En un mundo en el que el capitalismo y la superproducción se han instaurado como sistema dominante, la figura de Bartleby se nos presenta con mucha más fuerza. No es casual que la novela de Melville, escrita a mediados del siglo XIX, haya cobrado nuevamente cierta relevancia entre la crítica, ni que cuente con tantos seguidores alrededor del mundo. Podríamos afirmar que Bartleby se ha convertido en la antítesis de la sociedad contemporánea, en la que perseguir las metas y los objetivos, cueste lo que cueste, es la base de todos los discursos. Frente a la tendencia incansable a la acción, a la productividad, al desempeño, al rendimiento, a la rentabilidad, al emprendimiento, allí de fondo se nos aparece Bartleby, sereno, inmóvil, escondiendo una sonrisa socarrona con la que nos mira. En medio de este trajín incesante que es el mundo actual, él se dedica a observarnos como extraños, como máquinas esclavas del hacer. 

Escribo esto al borde del abismo de una transformación total del mundo, en un momento donde se nos ha encerrado en nuestro pequeño cubículo y en el que, como Bartlebys, se nos ha restringido la libertad de acción. Quizás ahora más que nunca estemos atravesando por la negación de la voluntad, por la desaparición del sujeto y sea preciso por fin determinar aquello que preferiríamos no hacer y que sin embargo seguimos haciendo, ¿esclavos de qué?

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