Nuestro nuevo ciclo de cuentos da inicio con dos autores
especialistas en este género, de los cuales hemos seleccionado una obra de cada
uno: El Aleph de Jorge Luis Borges y Berenice de Edgar Allan Poe. A pesar de
las evidentes diferencias entre ambas obras, los lectores abrieron la discusión
a partir de un punto en común que no será el único en la discusión: la muerte
de una mujer. En ambas obras, este suceso es un punto de partida y plantea dos
visiones distintas de la muerte: por un lado, Borges expone la muerte de
Beatriz Viterbo con consternación y admiración, pero dentro de la lógica del
paso del tiempo, mientras que la muerte de Berenice es terriblemente dolorosa y
llevada hasta el punto de la obsesión enfermiza. Mientras Borges asume la
muerte como una condición humana inscrita en lo metafísico, Poe la expone desde
la putrefacción y la corrupción del cuerpo. Ambos narradores expresan la falta
que ambas sienten, pero solamente Poe se aferra a su imagen. La presencia de un
cuerpo humano y su descripción son determinantes para Poe, mientras que Borges
no hace mención alguna al respecto, pues sus intereses son otros.
El interés de Borges en el Aleph está enfocado hacia la idea
de lo infinito y lo eterno. Como lo expresa con la cita de Hamlet al inicio del
relato, su deseo es condensar lo absoluto dentro de un cascarón de nuez, de la
misma manera como su personaje, Carlos Argentino, lo intenta en sus versos, logrando
un efecto opuesto. (Se llegó a insinuar en la discusión que Carlos Argentino es
una parodia que hace Borges de sí mismo.) El Aleph, entendido desde su
significado, es la primera letra del alfabeto hebreo y como tal, su presencia
abarca todo lo existente. Aunque el lenguaje no baste para contener el infinito
(Y Borges lo reconoce en su texto) una sola letra lo puede contener
perfectamente. Por otra parte, Poe no se interesa por el infinito. Su narrador
comienza exponiendo la anterior alegría como el origen de su desdicha. Poe
alude a los opuestos conectados entre sí como si fueran colores de un mismo arcoíris,
pues su tristeza nace de recordar su antigua alegría. Sus recuerdos y su
enfermedad mental que es fundamental en su obra le impedirán distinguir lo que
es real de lo que no. El Aleph, por otro lado, no considera opuestos ni pone en
cuestión la realidad visible.
Con respecto al lenguaje de ambos relatos, la emotividad,
los colores y las descripciones detalladas de Poe se diferencian del uso de
citas de autores, las alusiones metalingüísticas y la fina ironía que usa
Borges para referirse a sí mismo, a su oficio y a sus personajes. Si bien el
uso de la primera persona es común a ambos relatos, Poe le da voz a un
personaje inventado que podría estar cargado de sus mismos dolores y que tiene rasgos
identificables en otros textos de su obra y en su misma biografía, sin aludir
directamente a sí mismo. Borges, en cambio, no teme ponerse a sí mismo dentro
de la obra. Borges está presente en su texto como autor, lector, personaje y
parodia de sí, de la misma forma que hace del Aleph su espejo, su escenario y su
punto de observación. La multiplicidad de Borges vistos por sí mismo contrastan
con la percepción del mundo de Egaeus (personaje de Poe) cuya locura lo obliga
a fijarse obsesivamente en un único detalle sin generar posteriores reflexiones.
La duda de su realidad y su idealización con Berenice salen de esta locura.
Egaeus solo la ama cuando la recuerda y por eso el deterioro físico de esa
mujer idealizada, paralelo al deterioro mental del hombre que la idealiza, lo
lleva a sufrir.
Al momento de cerrar la sesión surgieron dos reflexiones
finales. La primera fue la posibilidad de olvido como sanador en ambos textos,
pues Borges se libera del insomnio que le causó ver el infinito en un único punto
a partir del olvido, mientras que en Poe se hace evidente que es su recuerdo de
Berenice lo que le causa tanto sufrimiento. Poe no deja abierta posibilidad
para el olvido. La segunda tiene que ver con la visión del hombre moderno de
Carlos Argentino: encerrado en su habitación pero con mil instrumentos para
comunicarse con los demás. Por un lado, estamos sometidos a un bombardeo de
información asequible fácilmente pero desordenada, simultánea y permanente, lo
cual nos aleja de la locura obsesiva por el detalle de Poe y nos acerca al
frenesí simultáneo que impide a Borges dormir. Sin embargo, en tiempos de
cuarentena, este es nuestro único contacto posible con el mundo y es
precisamente esa posibilidad que da “el Aleph” lo que nos concede llegar a
gente, lecturas, obras, películas, músicas y reflexiones que de otro modo
serían inalcanzables para la mayoría de las personas.
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